viernes, 7 de enero de 2011

Año Nuevo & Jet Lag

El día 1 de enero, alrededor de las once menos cuarto de la mañana, un taxi abandonaba la carretera de la Avanzada por la salida de Astrabudúa y después de pasar por debajo de la misma, rodó por la carretera de acceso al barrio hasta el cruce de la Puñalada. Se detuvo en la señal de stop que allí se encuentra y tras aguardar al paso de algún vehículo, reinició su marcha, sin abandonar la calle Mezo y realizó el acceso al barrio por la misma calle. Dejó el instituto a la izquierda, continuó y alcanzó el colegio Ignacio Aldecoa, tomó la calle de Txakurzulo, para, a continuación, girar a la izquierda por Etxegorri y, de nuevo, dobló en la misma dirección. Finalmente, se detuvo al llegar a la parada de taxis que, en aquel momento se hallaba vacía. Del interior del vehículo se apeó un hombre y, casi en el mismo momento, el taxista, que se dirigió al maletero del automóvil y extrajo una pequeña maleta de su interior. El pasajero la tomó, le dio las gracias y los dos hombres se despidieron cortés, pero indiferentemente. Después de aquello, el taxista volvió a ocupar su sitio, incorporó su vehículo a la circulación y desapareció de la vista del cliente al doblar la esquina de la calle Mezo.

El hombre respiró profundamente, miró al cielo, y después deslizó su mirada de un a otro extremo de la calle Consulado de Bilbao y comprobó que para ser las primeras horas del día de Año Nuevo había más gente de la que podría esperarse. Sin embargo, no le extraño contemplar cientos, miles de serpentinas colgadas de los balcones y terrazas y millones de puntitos de confeti desparramados por acera y calzada. Ese era el aspecto de siempre, el esperado: la imagen de Astrabudúa cada mañana del día 1 de enero.

Sorprendentemente, se sintió contento. Feliz por haber regresado. Supuso que aquella debía ser la sensación que producía a otros vecinos que le miraban con curiosidad, tal vez, no por el repetido hecho de ver llegar un taxi a su parada, sino, porque en vez de descender del vehículo algún grupo de personas con apariencia de venir de fiesta, aquel hombre, a decir por su aspecto y por su delatadora maleta, llegaba de algún viaje. No se equivocarían si lo pensaran de aquel modo. Era cierto.

El hombre volvía de un viaje que le había mantenido alejado de Astrabudúa, no durante mucho tiempo, pero sí el justo para perderse la Nochebuena y la Nochevieja. Al recordar aquello, su felicidad se transformó en cansancio, no solo por el hecho en sí de perderse las Navidades, sino porque el endiablado jet lag del vuelo le comenzó a embotar el entendimiento y a paralizar sus extenuados miembros. Por ese motivo, y con pocas ganas, asió la maleta y tiró de ella. Pero, apenas avanzó. Algo le llamó la atención, y no precisamente, el camión cisterna que en ese preciso momento atravesó la calle hacia la plaza aseando la vía pública con sus potentes chorros de agua. No, aunque ese tipo de camiones le habían fascinado desde niño. En aquella ocasión, otro hecho le resultó lo suficientemente curioso como para olvidarse durante unos instantes de su enorme cansancio. Se acercó hasta el motivo de su curiosidad que distaba pocos pasos de donde se hallaba y no pudo evitar esbozar una sonrisa al observarlo más de cerca. Después de unos instantes, rebuscó en su cazadora la cámara compacta que recordó llevar en uno de los bolsillos y tomó la imagen que ilustra estas líneas. Definitivamente, el maldito jet lag no le estaba jugando una mala pasada.

No se trata de una buena instantánea, evidentemente, pero el hombre tenía las ganas justas para encuadrar y pulsar el botón. Sin embargo, sí tenía las suficientes para compartir con otros la causa de su curiosidad.

Por cierto, aquel hombre era este redactor y sobrevivió al perverso jet lag.

Iturrimingo

1 comentario:

Anónimo dijo...

NO T LO KRES NI TU