martes, 22 de septiembre de 2009

La lluvia y "El Gato"


El domingo fue uno de esos terribles días que sólo pueden darse aquí. Día lluvioso, húmedo y desagradable. Y, por qué no: ¡aburrido!.

Por la mañana algunos gaiteros escoceses nos deleitaron con su sonoro pasacalles. Gaitas, kilts (que no faldas) y sporrans sirvieron para, durante un rato, hacernos creer que estábamos en la verde (y lluviosa) Escocia. Los gaiteros pusieron lo pintoresco y nosotros la lluvia.

Después un colorido grupo de percusión nos animó a más de uno y no sólo con sus atronadores tambores. Sus cálidos ritmos sirvieron para calentar en cierto modo el ambiente. Redobles y más redobles. Ritmo, ritmo, ritmo... un silbato, brazos en alto... y de nuevo, más redobles. Y mientras, unas bailarinas hacían cabriolas, daban volteretas y enamoraron a más de uno con su mirada... y sus ombligos.

Sin embargo, la tarde fue una desesperación. Paseo pa’quí, paseo pa´llá; pa’rriba y pa’bajo. Y la música de la orquestina de jazz no fue suficiente para hacerme creer que caminaba entre las animadas calles de Nueva Orleáns el día del Mardi Grass.

Nada. Que tendré que hacerme del Athletic a la fuerza. Porque, por lo menos, los aficionados que el domingo mataban la tarde (y su salud) en los bares del barrio, disfrutaban con el partido de su equipo entre sorbito de brandy y calada al cigarrillo. Mi calada fue otra: Blame it on the rain.

Hablando de rain. Curiosa instantánea que obtuve el domingo en mi cansino y anodino caminar por Astrabudúa. Cuán aburrido debí de estar que me acerqué por el apartado El Gato y allí descubrí que el problema del espacio en las casas es más acuciante de lo que yo estimaba. Vean, vean la foto.


Arriesgada manera de colocar un colgador de ropa, ¿verdad?.

A propósito del rincón de El Gato, éste continúa como siempre: frío, gris y sucio. Iba a decir solitario, pero el domingo también una madre y su hijo se internaron por el dichoso callejón. ¡Qué recuerdos los de El Gato!.

Si mi estimado lector y mi querida lectora no conocen dónde está El Gato ya pueden comenzar a preguntar a los más viejos lugareños.

Prometo resolver el dilema en próximas entregas.

jueves, 3 de septiembre de 2009

Muerte de un compañero


Ha fallecido un vecino de Astrabudúa que fue compañero mío en el colegio Alberto Palacios. Si ya es triste en sí el hecho de que un ser humano fallezca, la muerte de este compañero me ha causado especial dolor debido a las dramáticas circunstancias de su fallecimiento, las cuales no vienen ahora al caso.

No se trata de la primera muerte de un compañero de estudios de la EGB de la que tengo noticia. Que yo sepa, esta es la segunda. Y, seamos realistas, yo puedo ser el próximo en fallecer –Dios no lo quiera-, porque es un hecho que la muerte está ahí y es una perogrullada que nadie se libra de ella, ni siquiera “los del barrio”.

Recuerdo a mi compañero en clase... también a su hermana, pues los dos estudiaban conmigo... era un mal estudiante que nunca atendía y, lógicamente, siempre suspendía. Sin embargo, aunque no le gustara estudiar, le recuerdo como un chico muy observador e inquieto, y que siempre tenía algo entre manos: motorcitos a pilas al que colocaba unas aspas de madera para hacerlas girar, algún otro invento que ahora se me escapa... y, en cierta ocasión, mientras no atendía en clase, se dedicó a realizar un reloj de sol en al pared de la última fila. Cuando se fue la profesora, me llamó y con mucha ilusión me mostró el reloj de sol y me contó que lo había hecho dibujando con un bolígrafo una rayita sobre la sombra cada quince minutos.

Aquel hecho siempre lo he retenido en mi mente. Cualquier profesor estaría horrorizado de que un alumno perdiera el tiempo dibujando rayitas en la pared, pero yo, en cambio, constaté de que aquel chaval tenía algo diferente a todos nosotros: inquietud por experimentar lo que se nos enseñaba, al menos, en las clases de ciencias.

También le recuerdo como un chico muy introvertido, en un segundo papel, detrás de su hermana. Cuando él se evadía mentalmente de clase y algún “profe” le llamaba la atención, para que aterrizara sobre el planeta Tierra y él se negaba, su hermana intercedía y entonces obedecía. A ella también la perdimos hace mucho tiempo...

No era un mal muchacho, tal vez, un incomprendido. Nunca tuvo ni una sola palabra mala para ningún compañero, ni compañera. Y tampoco puede decirse que se portara mal en clase. Él nunca iba. Se sentaba, pero, su mente le hacía viajar vete a saber a dónde. Fiándome de mis recuerdos, puedo asegurar que era un chico honrado, de familia muy humilde y sencilla, amigo de sus amigos y compañero de sus compañeros.

Sin embargo, la vida le fue llevando por otro camino. Diversos y dramáticos acontecimientos en su familia debieron provocarle gran dolor y sufrimiento y, tal vez, no supo afrontarlo. Pero, quién sabría hacerlo correctamente.

Querido compañero, rezo a Dios para que te deje ver Su rostro. Que la infelicidad de tu vida terrena, se compense con la Alegría y el Amor eternos. Y que nos esperes allí en el Cielo y que, por fin, descanses, en brazos de Cristo Nuestro Señor. Él sabe que estabas preso del dolor y de la enfermedad, por lo que sabrá recompensarte justamente.

Descanse en Paz, M.A.

lunes, 25 de mayo de 2009

Uno de los nuestros en Tokio (Japón)


Domingo, 24 de mayo de 2009. Alrededor de las 22:30 horas, el canal de televisión Cuatro emite un programa titulado Viajeros, en el que en esta ocasión, los reporteros de este programa viajan a Tokio, capital del Japón. Y en ese momento, aparece en pantalla un chico de Astrabudúa al que le había perdido la pista desde hace varios años.

Ahí está, en la pantalla de mi televisor; algo más mayor y con menos pelo. No recuerdo su nombre, pero... sí, es él. Y nos cuenta desde Ginza, el centro del centro de Tokio, cómo es su día a día en la gran orbe nipona; comenta cómo es el modo de vida de los japoneses, nos muestra a su mujer y su casa, pero... cuando le preguntan de dónde es, duda durante unos instantes y responde: “De Erandio... una ciudad al lado de Bilbao”. ¡Cachis!. No ha dicho Astrabudúa.

Personalmente, creo que estuvo a punto de pronunciar el nombre de nuestro barrio, pero en el último momento no lo hizo. Ignoro sus motivos, pero no estimo que hubiera ni vergüenza, ni mala fe. Simplemente, que Astrabudúa no le diría nada a mucha gente o que le resultaría complicado explicar que se trata de un barrio, que pertenece a un municipio, situado junto a Bilbao. O que le entraron nervios.

Nada más. Sólo pedir que si alguien sabe de él (su nombre, dirección de correo electrónico u otro medio de contacto) que, por favor, me lo haga saber. Deseo enviarle saludos desde Astrabudúa ¡hasta Japón!.


PD.: Siempre he dicho que donde menos te los esperas hay alguien de Astrabudúa. Y el tiempo no hace más que darme la razón.

jueves, 21 de mayo de 2009

Santa Lechera de la Blanca Leche


Esta imagen, cuanto más la miro, más vergüenza me produce. Y lo que demuestra, aunque a simple vista pueda parecer un hecho ingenuo, no es más que otro ejemplo de lo que sucede en el País Vasco.

Inicialmente, se trata de una falta de respeto a una obra de arte. Podemos debatir si la estatua de La Lechera gusta o no gusta. Pero sí es arte, aunque no se trata de una de mis obras favoritas, la verdad sea dicha.

Por otro lado, que los aficionados del Athletic se sintieran eufóricos ante la Final de la Copa del Rey, no justifica “engalanar” a La Lechera con los colores del equipo y, menos, ponerle la “ikurriña” de las narices por mandil.

Pero lo mejor (o peor, según se mire), es el colocar velas encendidas a los pies de tan ilustre trabajadora del sector lácteo, como si fuera Santa Catalina de Siena o Santa Irene de Alejandría.

La fotografía es una estupenda muestra de en qué estado se encuentra la sociedad vasca y, por supuesto, también una parte de nuestros vecinos, pues confunden muchas cosas. En esta bendita tierra, hace mucho tiempo que la gente dejó de creer en Dios y el nacionalismo, el fútbol y el Athletic han ocupado su sitio. El País Vasco, posiblemente, fue la tierra más católica del mundo, pero ahora se ha convertido en un inhóspito lugar habitado por personas que tienen que demostrar su “vasquismo” y en Vizcaya, su amor por el Athletic. Porque, aquí, desde hace varias décadas no basta con “ser”, también hay que demostrarlo. Y en Astrabudúa, por desgracia, las cosas ya no son como antes, y también hay que demostrar que se es vasco, muy vasco y del Athletic. Y de creyentes en Cristo, nada de nada, porque eso ya no se lleva.

Recemos a Santa Lechera de la Blanca Leche a ver si logramos que numerosísimos vecinos del barrio cambien de mentalidad, pero lo veo muy difícil. Porque no es un tema de mente, sino de tripas, de sentimientos que han enraizado en lo más irracional del ser humano.

Este país se pudre poco a poco y, aunque la putrefacción también se está produciendo en Astrabudúa, parecía oculta. Pero sólo lo parecía.