lunes, 30 de mayo de 2011

¡Álava a la vista!.

Extraordinarias vistas las que pueden apreciarse desde el barrio. Y, sobre todo, las que se divisan desde las Tres Cruces.

Sin embargo, no hace falta ascender a casi cien metros sobre el nivel del mar, para darnos cuenta de que, a simple vista, y siempre que el tiempo no nos los impida, podemos ver Álava.

Sí, sí, estimado lector y querida lectora; desde Astrabudúa podemos ver Álava. Y, si después de mi afirmación, continúa con su incredulidad, no tiene más que echar un vistazo a la fotografía para convencerse de ello y atenerse a la siguiente explicación:

El monte Gorbea se halla situado en la frontera entre Álava y Vizcaya y con sus 1.481 metros, es el monte más alto de ambas provincias. Entonces, teniendo en cuenta que desde nuestro barrio, podemos distinguir la cumbre del Gorbea, puede afirmarse, rotundamente, que desde Astrabudúa ¡se ve Álava!.

Ay, madre. Me mareo de sólo pensarlo.

Si lo observamos con detenimiento durante un día claro, podríamos llegar a apreciar la Cruz del Gorbea, pero no la de la gaseosa. Y, si nos esforzamos un poco, podemos llegar a ver al pastor, incluso.

Bueno. Ahí queda otro dato curioso de Astrabudúa. Ahora, me voy a la iglesia, a ver si el párroco me deja subir al campanario. Me han dicho que mirando hacia el norte, podemos llegar a ver la Torre Eiffel, pero, esto no me lo creo mucho.

Iturrimingo.

jueves, 31 de marzo de 2011

Los bares, qué lugares... (I)


Pues, eso, que como diría el estribillo de la canción de Gabinete Caligari Al calor del amor en un bar, me di cuenta de que los bares, menudos lugares..., el pasado domingo día 27 en que volvía al barrio de otro viaje, en plena hora de chiquiteo y vermú, rabeo y tapeo. Y, como suele suceder en la mayoría de las ocasiones, que los árboles no dejan ver el bosque, también pasa con los bares de Astrabudúa.

Bares, tabernas y tascas. Cafeterías y degustaciones. Txokos y restaurantes. Numerosos locales de esparcimiento y alterne jalonan nuestras calles y plazas, siendo parte importante de la idiosincrasia de nuestro barrio.

Sin querer enfatizar la diferencia –no pensemos que somos distintos a los habitantes de otras localidades-, es cierto que los bares de Astrabudúa están muy arraigados, para bien o para mal, en nuestra manera de ser y de entender la vida. Y, sinceramente, creo que pocas veces nos damos cuenta de ello, puesto que forman parte del paisaje de nuestro barrio... de lo cotidiano. Y, claro, no solemos dar relevancia a lo que incluimos en ese apartado de nuestras vidas, hasta que nos falta.

Soy persona que utiliza mucho el diccionario. Permítanme trasladar, entonces, literalmente, a estas líneas las dos acepciones que de bar recoge el diccionario de la Real Academia: (Del ingl. bar, barra), 1. Local en que se despachan bebidas que suelen tomarse de pie, ante el mostrador. 2. Cierto tipo de cervecerías.

¡Qué definiciones, sobre todo la primera, tan frías, académicas y de falta de humanidad!.

En cambio, es más acertada la definición de taberna -término que para disgusto de algunos no procede del vascuence-: (Del latín taberna), Establecimiento público, de carácter popular, donde se sirven y expenden bebidas y, a veces, se sirven comidas.

Me resulta mucho más de mi agrado esta definición por el sentido popular, que realmente tienen los bares y más en localidades como Astrabudúa.

He realizado el ejercicio mental de contar todos los bares y cafeterías que pueden encontrarse en nuestro barrio. Ha resultado muy divertido y he hallado gratas sorpresas, como, conocer el número exacto de tabernas y tascas y descubrir los verdaderos nombres de ciertos locales, conocidos coloquialmente por otras denominaciones.

La lista la publicaré en una próxima entrega de Astrabudúa: Vida y Circunstancias. Lo prometo.

De momento, me quedo con el estribillo de la cancioncilla:

Los bares, qué lugares

tan gratos para conversar.

No hay como el calor

del amor en un bar.

Iturrimingo

P.D.: He ilustrado este artículo con una imagen del antiguo Bar Basterra; podría haber empleado la fotografía de algún bar en activo, pero no quería hacerle publicidad a nadie y menos gratuita.

viernes, 7 de enero de 2011

Año Nuevo & Jet Lag

El día 1 de enero, alrededor de las once menos cuarto de la mañana, un taxi abandonaba la carretera de la Avanzada por la salida de Astrabudúa y después de pasar por debajo de la misma, rodó por la carretera de acceso al barrio hasta el cruce de la Puñalada. Se detuvo en la señal de stop que allí se encuentra y tras aguardar al paso de algún vehículo, reinició su marcha, sin abandonar la calle Mezo y realizó el acceso al barrio por la misma calle. Dejó el instituto a la izquierda, continuó y alcanzó el colegio Ignacio Aldecoa, tomó la calle de Txakurzulo, para, a continuación, girar a la izquierda por Etxegorri y, de nuevo, dobló en la misma dirección. Finalmente, se detuvo al llegar a la parada de taxis que, en aquel momento se hallaba vacía. Del interior del vehículo se apeó un hombre y, casi en el mismo momento, el taxista, que se dirigió al maletero del automóvil y extrajo una pequeña maleta de su interior. El pasajero la tomó, le dio las gracias y los dos hombres se despidieron cortés, pero indiferentemente. Después de aquello, el taxista volvió a ocupar su sitio, incorporó su vehículo a la circulación y desapareció de la vista del cliente al doblar la esquina de la calle Mezo.

El hombre respiró profundamente, miró al cielo, y después deslizó su mirada de un a otro extremo de la calle Consulado de Bilbao y comprobó que para ser las primeras horas del día de Año Nuevo había más gente de la que podría esperarse. Sin embargo, no le extraño contemplar cientos, miles de serpentinas colgadas de los balcones y terrazas y millones de puntitos de confeti desparramados por acera y calzada. Ese era el aspecto de siempre, el esperado: la imagen de Astrabudúa cada mañana del día 1 de enero.

Sorprendentemente, se sintió contento. Feliz por haber regresado. Supuso que aquella debía ser la sensación que producía a otros vecinos que le miraban con curiosidad, tal vez, no por el repetido hecho de ver llegar un taxi a su parada, sino, porque en vez de descender del vehículo algún grupo de personas con apariencia de venir de fiesta, aquel hombre, a decir por su aspecto y por su delatadora maleta, llegaba de algún viaje. No se equivocarían si lo pensaran de aquel modo. Era cierto.

El hombre volvía de un viaje que le había mantenido alejado de Astrabudúa, no durante mucho tiempo, pero sí el justo para perderse la Nochebuena y la Nochevieja. Al recordar aquello, su felicidad se transformó en cansancio, no solo por el hecho en sí de perderse las Navidades, sino porque el endiablado jet lag del vuelo le comenzó a embotar el entendimiento y a paralizar sus extenuados miembros. Por ese motivo, y con pocas ganas, asió la maleta y tiró de ella. Pero, apenas avanzó. Algo le llamó la atención, y no precisamente, el camión cisterna que en ese preciso momento atravesó la calle hacia la plaza aseando la vía pública con sus potentes chorros de agua. No, aunque ese tipo de camiones le habían fascinado desde niño. En aquella ocasión, otro hecho le resultó lo suficientemente curioso como para olvidarse durante unos instantes de su enorme cansancio. Se acercó hasta el motivo de su curiosidad que distaba pocos pasos de donde se hallaba y no pudo evitar esbozar una sonrisa al observarlo más de cerca. Después de unos instantes, rebuscó en su cazadora la cámara compacta que recordó llevar en uno de los bolsillos y tomó la imagen que ilustra estas líneas. Definitivamente, el maldito jet lag no le estaba jugando una mala pasada.

No se trata de una buena instantánea, evidentemente, pero el hombre tenía las ganas justas para encuadrar y pulsar el botón. Sin embargo, sí tenía las suficientes para compartir con otros la causa de su curiosidad.

Por cierto, aquel hombre era este redactor y sobrevivió al perverso jet lag.

Iturrimingo

jueves, 28 de octubre de 2010

La luna descubierta


La luna se asomó y en el barrio permanecimos ajenos a su presencia... a su mirada.

Sin embargo, al terminar de subir por la cuesta de la iglesia la vi cuando poco la restaba para ocultarse tras los rascacielos.

Ella sintió mi mirada y se supo descubierta -pero, ¿cómo puede la bella luna desfilar por el firmamento sin llamar la atención?-.

Al vernos, ella trató de acelerar su discurrir, pero, ay, luna, luna, las leyes del universo requieren su tiempo y, por más se empeñó, no logró evadirse y tuve la oportunidad de fotografiarla y dejar constancia de su paso por nuestro barrio, como en tantas ocasiones hace y lleva haciendo incluso mucho antes de que este lugar se llame Astrabudúa, aunque crea que no advertimos su presencia.

Iturrimingo

viernes, 24 de septiembre de 2010

Uan, uan, uan.

Sinceramente, lo primero que pensé es que Karmele se había vuelto loca y ya había decorado el escaparate de su establecimiento con motivos navideños. Tampoco sería de extrañar, pues, no son pocos los lugares y las tiendas que cada vez adelantan la decoración de Navidad para ver si venden algo más de lo habitual y, sobre todo, en estos momentos de crisis (y no sólo económica). Pero, la verdad, colocar guirnaldas, lucecitas de colores y una enorme estrella a mediados de septiembre, me pareció, cuanto menos, atrevido.

Sin embargo, mi naturaleza curiosa me impedía no acercarme hasta el escaparate y comprobar, de cerca, que mis ojos no me engañaban. Pero, en esta ocasión, sí lo hacían.

No se trataba de ningún adorno navideño, sino una decoración inspirada en el budismo como evidentemente lo demuestra el Buda recostado que puede apreciarse en las imágenes.

Completan el escaparate una tela en la que aparece la Rueda de la Vida, las ya citadas lucecitas y varios objetos más. Sin embargo, por más que se mire y remire, no veo al monje con su vestimenta color azafrán moviendo continuamente el manikor ni repitiendo un mantra. Supongo que hará su aparición durante el horario de atención al público y no durante la noche, momento en el que tomé las fotografías.


De todos modos, creo que me quedaré sin ver al monje, porque no tengo, por el momento, intención de fotodepilarme las piernas (que no se enfade Karmele conmigo). Aunque, pensándolo mejor, podría esperar en la puerta cuando abran o cierren para verle y saludarle y debatir un poco acerca del modo feudal en el que el Dalai Lama trataba a su pueblo y por qué es el único líder espiritual del mundo que cobra por sus apariciones en público.

Bien pensado, no pondría al monje en un brete y me limitaría a charlar con él sobre su fe. Podría resultar un bonito e interesante intercambio de opiniones acerca de la reencarnación budista y la resurrección cristiana.

Por el momento, me quedo en la puerta sentadito sobre mis piernas, en posición de meditación y repitiendo “uan, uan, uan...”. Tal vez, mientras espero, alcance la perfección y comience a levitar.

Francamente, no lo creo.

Uan, uan, uan...

Iturrimingo



lunes, 20 de septiembre de 2010

Scotland, Astrabudland


Quienes me conocen, saben de mi admiración por el bello sonido de la gaita. Los que no me conozcan, ahora ya lo saben. Por eso, ayer domingo, disfruté de lo lindo escuchando a la Reading Scottish Pipe Band (Banda de Gaitas Escocesas de Reading).

Esta banda no es la primera vez que nos visita; el pasado año también se acercó por estos lares y nos deleitó con sus marchas, melodías y marcial puesta en escena que nunca deja indiferentes a quienes presencian una actuación de cualquier banda de gaitas.

Del año pasado, recuerdo que el major de la banda era un corpulento hombre de barba blanca y que desfilaron bajo la lluvia, lo cual no hacía más que ambientar su actuación, evocando a la lluviosa tierra de Escocia.

Sin embargo, para el que no lo sepa, Reading es una ciudad del sureste de Inglaterra y no de Escocia. Por lo que más de uno y de una de los que ayer estuvimos escuchando atávicas melodías escocesas, se llevará un chasco al conocer, realmente, que no disfrutaban de la visita de sus indomables hermanos de las Highlands (véase el mito de Aitor y su unión con una princesa escocesa).

Ignoro si el origen de los gaiteros y gaiteras de esta banda es ciertamente escocés. Pero, en este caso, el sonido evocador de sus gaitas y las melodías traídas desde Glasgow, Edimburgo y el lago Ness, no venían directamente desde tan lejos, sino a través de la imperial Inglaterra.

¡Dios Salve a la Reina y nos guarde de los Braveheart de allí (y de aquí)!.

Iturrimingo.

P.D.: Para saber más de la Reading Scottish Pipe Band, pueden dirigirse a su página web (http://www.readingscottish.org/), en la que podrán visionar algunas fotografías de su anterior visita a Astrabudúa en la sección de pictures/video y descubrir que los descendientes de los pictos también son humanos.

miércoles, 2 de junio de 2010

Escultura en el Oratorio parroquial

En Astrabudúa también hay espacio y lugar para la oración y el trato con Dios. Se trata del oratorio recientemente inaugurado en nuestra parroquia.

En el centro del oratorio se ha instalado una curiosa escultura que alberga el sagrario y cuyo autor es el artista baracaldés Javier Santurtún.

Precede a estas líneas un vídeo, realizado por el propio escultor, en el que se muestra el proceso de elaboración de la escultura del oratorio y que considero puede ser interasante, no sólo por el valor artístico, sino también por el histórico, sin olvidar que satisface la curiosidad de conocer cómo trabaja un artista.

Más información acerca de Javier Santurtún en el siguiente enlace: http://santurtun.com/

Iturrimingo

martes, 25 de mayo de 2010

Vuelvo a mi barrio

Después de mucho tiempo, he vuelto al barrio. El trabajo, las ocupaciones, el día a día… la vida en sí nos va llevando de un sitio a otro, y no sólo de un espacio concreto a otro, sino, también en los que atañen al corazón, al alma.

Este ha sido mi caso los últimos meses: diversos acontecimientos en mi vida, viajes por motivos laborales, alguna que otra pequeña gran decepción, comenzar y recomenzar. Al fin y al cabo, estos aspectos de mi existencia son intrínsecos y no únicamente a mi persona, pues todos los seres humanos, somos semejantes.

Por eso cada uno de nosotros sabe lo que es tener frío o calor, hambre y sed, sueño y padecer cansancio. Y también sabemos, porque lo experimentamos y porque deja secuelas mucho más indelebles que lo experimentado físicamente, que las penas, son lo contrario a las alegrías y que el dolor es la antítesis del placer. Sufrimiento y gozo. Risas y llantos. La distancia que media entre estos vocablos no es sólo corta sobre el papel; en la vida, en la mayoría de las ocasiones no existe la i griega que separa ambos conceptos.

Por fin he vuelto a Astrabudúa. He regresado al barrio. Vivo, he vuelto vivo a casa. Y eso me hace sentir muy feliz. Jamás pensé que podía echarlo tanto de menos, pero no por el barrio en sí, sino porque existen momentos en la vida de todas las personas en las que recordamos y extrañamos las cosas cotidianas y los aspectos más simples y sencillos de nuestras vidas, por no decir mundanos. Y en mi caso y en el de la humanidad entera lo cotidiano reside en nuestro entorno, en nuestra ciudad, pueblo o localidad.

Astrabudúa es algo más que un barrio más o menos feo, más o menos bonito. No se trata únicamente de una localidad más; para muchos es nuestro lugar de residencia desde que nacimos, aquí es donde amamos, lloramos y reímos. Aquí es donde late nuestro corazón más veces durante nuestra existencia y, también, es nuestro lugar de descanso después de una agotadora jornada de trabajo. En pocas palabras: ¡en Astrabudúa vivimos!; pero no en el sentido del verbo habitar.

No deseo aburrir más. Sólo me resta comunicar a mis convecinos que, gracias a Dios, ya estoy de vuelta y que, aunque he estado lejos, nunca me ha faltado información de lo que ha pasado en nuestro barrio. Por eso, sé que falleció Bienve, que hay un nuevo puesto de aceitunas en el mercado, que han puesto otro semáforo en la circunvalación, que se celebró el Día del Libro y que al hijo pequeño de Víctor, el del bar, le zurraron en una pelea.

Sin embargo, existe algo que me llena de más gozo y alegría. Y es que al barrio también llegó la primavera. Y los parques y las plazas están llenas de niños y niñas que juegan con el balón o la bicicleta. que ríen a carcajadas, ésas que estaban en hibernación durante el invierno.

Señor, en Astrabudúa también vive la Esperanza. Iturrimingo

martes, 22 de septiembre de 2009

La lluvia y "El Gato"


El domingo fue uno de esos terribles días que sólo pueden darse aquí. Día lluvioso, húmedo y desagradable. Y, por qué no: ¡aburrido!.

Por la mañana algunos gaiteros escoceses nos deleitaron con su sonoro pasacalles. Gaitas, kilts (que no faldas) y sporrans sirvieron para, durante un rato, hacernos creer que estábamos en la verde (y lluviosa) Escocia. Los gaiteros pusieron lo pintoresco y nosotros la lluvia.

Después un colorido grupo de percusión nos animó a más de uno y no sólo con sus atronadores tambores. Sus cálidos ritmos sirvieron para calentar en cierto modo el ambiente. Redobles y más redobles. Ritmo, ritmo, ritmo... un silbato, brazos en alto... y de nuevo, más redobles. Y mientras, unas bailarinas hacían cabriolas, daban volteretas y enamoraron a más de uno con su mirada... y sus ombligos.

Sin embargo, la tarde fue una desesperación. Paseo pa’quí, paseo pa´llá; pa’rriba y pa’bajo. Y la música de la orquestina de jazz no fue suficiente para hacerme creer que caminaba entre las animadas calles de Nueva Orleáns el día del Mardi Grass.

Nada. Que tendré que hacerme del Athletic a la fuerza. Porque, por lo menos, los aficionados que el domingo mataban la tarde (y su salud) en los bares del barrio, disfrutaban con el partido de su equipo entre sorbito de brandy y calada al cigarrillo. Mi calada fue otra: Blame it on the rain.

Hablando de rain. Curiosa instantánea que obtuve el domingo en mi cansino y anodino caminar por Astrabudúa. Cuán aburrido debí de estar que me acerqué por el apartado El Gato y allí descubrí que el problema del espacio en las casas es más acuciante de lo que yo estimaba. Vean, vean la foto.


Arriesgada manera de colocar un colgador de ropa, ¿verdad?.

A propósito del rincón de El Gato, éste continúa como siempre: frío, gris y sucio. Iba a decir solitario, pero el domingo también una madre y su hijo se internaron por el dichoso callejón. ¡Qué recuerdos los de El Gato!.

Si mi estimado lector y mi querida lectora no conocen dónde está El Gato ya pueden comenzar a preguntar a los más viejos lugareños.

Prometo resolver el dilema en próximas entregas.

jueves, 3 de septiembre de 2009

Muerte de un compañero


Ha fallecido un vecino de Astrabudúa que fue compañero mío en el colegio Alberto Palacios. Si ya es triste en sí el hecho de que un ser humano fallezca, la muerte de este compañero me ha causado especial dolor debido a las dramáticas circunstancias de su fallecimiento, las cuales no vienen ahora al caso.

No se trata de la primera muerte de un compañero de estudios de la EGB de la que tengo noticia. Que yo sepa, esta es la segunda. Y, seamos realistas, yo puedo ser el próximo en fallecer –Dios no lo quiera-, porque es un hecho que la muerte está ahí y es una perogrullada que nadie se libra de ella, ni siquiera “los del barrio”.

Recuerdo a mi compañero en clase... también a su hermana, pues los dos estudiaban conmigo... era un mal estudiante que nunca atendía y, lógicamente, siempre suspendía. Sin embargo, aunque no le gustara estudiar, le recuerdo como un chico muy observador e inquieto, y que siempre tenía algo entre manos: motorcitos a pilas al que colocaba unas aspas de madera para hacerlas girar, algún otro invento que ahora se me escapa... y, en cierta ocasión, mientras no atendía en clase, se dedicó a realizar un reloj de sol en al pared de la última fila. Cuando se fue la profesora, me llamó y con mucha ilusión me mostró el reloj de sol y me contó que lo había hecho dibujando con un bolígrafo una rayita sobre la sombra cada quince minutos.

Aquel hecho siempre lo he retenido en mi mente. Cualquier profesor estaría horrorizado de que un alumno perdiera el tiempo dibujando rayitas en la pared, pero yo, en cambio, constaté de que aquel chaval tenía algo diferente a todos nosotros: inquietud por experimentar lo que se nos enseñaba, al menos, en las clases de ciencias.

También le recuerdo como un chico muy introvertido, en un segundo papel, detrás de su hermana. Cuando él se evadía mentalmente de clase y algún “profe” le llamaba la atención, para que aterrizara sobre el planeta Tierra y él se negaba, su hermana intercedía y entonces obedecía. A ella también la perdimos hace mucho tiempo...

No era un mal muchacho, tal vez, un incomprendido. Nunca tuvo ni una sola palabra mala para ningún compañero, ni compañera. Y tampoco puede decirse que se portara mal en clase. Él nunca iba. Se sentaba, pero, su mente le hacía viajar vete a saber a dónde. Fiándome de mis recuerdos, puedo asegurar que era un chico honrado, de familia muy humilde y sencilla, amigo de sus amigos y compañero de sus compañeros.

Sin embargo, la vida le fue llevando por otro camino. Diversos y dramáticos acontecimientos en su familia debieron provocarle gran dolor y sufrimiento y, tal vez, no supo afrontarlo. Pero, quién sabría hacerlo correctamente.

Querido compañero, rezo a Dios para que te deje ver Su rostro. Que la infelicidad de tu vida terrena, se compense con la Alegría y el Amor eternos. Y que nos esperes allí en el Cielo y que, por fin, descanses, en brazos de Cristo Nuestro Señor. Él sabe que estabas preso del dolor y de la enfermedad, por lo que sabrá recompensarte justamente.

Descanse en Paz, M.A.