La luna se asomó y en el barrio permanecimos ajenos a su presencia... a su mirada.
Sin embargo, al terminar de subir por la cuesta de la iglesia la vi cuando poco la restaba para ocultarse tras los rascacielos.
Ella sintió mi mirada y se supo descubierta -pero, ¿cómo puede la bella luna desfilar por el firmamento sin llamar la atención?-.
Al vernos, ella trató de acelerar su discurrir, pero, ay, luna, luna, las leyes del universo requieren su tiempo y, por más se empeñó, no logró evadirse y tuve la oportunidad de fotografiarla y dejar constancia de su paso por nuestro barrio, como en tantas ocasiones hace y lleva haciendo incluso mucho antes de que este lugar se llame Astrabudúa, aunque crea que no advertimos su presencia.
Iturrimingo
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